Los dos sabíamos que aquello no podía durar. Que éramos fugitivos y estábamos en nuestro último refugio. Yo me sentía como una condenada a muerte, cosa que en verdad todos somos, esperando a que la felicidad se acabase: que siempre se acaba. Pero mientras tanto bebía golosamente los días, las horas, los minutos, sintiendo pasar el viento del tiempo junto a mi cara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario